
Por alguna
extraña razón, y aunque fuimos dejando varios teléfonos en unos sitios y otros,
todos los bolos nos llegaban por medio de Javi, contactaban con él de los
lugares más diversos, garitos de aquí y de allá, centros culturales, fiestas
privadas, bodas (sí, también bodas), fiestas rurales… Fueran los que fueran
quienes demandaran nuestros servicios, incluso nuestros pretendidos “managers”
fantasmas (a los que nunca vimos en persona), lo hacían, inexcusablemente, por
el teléfono de Javi, convirtiéndose así en una especie de Medium que nos ponía
en contacto con los espíritus de la variopinta clientela. Él, Javi, luego nos
informaba en el ensayo, a su manera, sobre la naturaleza del próximo evento;
generalmente soltaba datos dispersos, con cuentagotas, durante varios días y,
lo mejor: nadie parecía muy interesado en los detalles. Así las cosas, merced a
la buena fe de Javi, a su modestia, a su inmarcesible confianza en las fuerzas
cósmicas y a alguna pequeña dosis de despiste general, sufrimos algunos
contratiempos que, para cualquier otro grupo de humanos, hubieran supuesto una
buena dosis de estrés:
Recuerdo
que, en una ocasión, desde Octubre venía el bueno de Javi avisando, difusamente,
sobre un concierto que había contratado en un local de Ávila para mediados de
Noviembre. La cosa quedó así “en Ávila, en noviembre”, hasta que la semana
anterior se concretó el día (el día 15) y la hora (debíamos estar hacia las
ocho de la tarde). Bien, la tarde en cuestión quedamos para embarcar hacia las
seis en Francisco Silvela y, la verdad, sin grandes contratiempos, conseguimos
meter todo en el coche y a nosotros mismos hacia las seis y veinte (un éxito
sin precedentes). Todo iba mejor que bien, reinaba el buen rollo habitual,
bromitas por aquí, comentarios jocosos por allá, chascarrillos interestelares
de Juanjo, apostillas de Mario, Tancredo pasando de todo con la cabeza hacia
atrás ya medio dormido y el primer sonido inaugural del vapor liberado en la
lata de cerveza de Javi… Tomé por la autopista para llegar cuanto antes
mientras la juerga iba subiendo peldaños amenizada por el periódico sonido de
apertura de latas y las intempestivas ráfagas de viento que anunciaban la
desaparición por la ventanilla de la anterior (muy mal, logramos cortarlo a
tiempo con dificultades). Así las cosas íbamos llegando al peaje de
Villacastín, ya cerca de Ávila, cuando, entre risas, creí entender a Javi, “el
caso es que no es en el mismo Ávila”, “¿cómo?”, se lo hice repetir, “que es en
un pueblo, no estará lejos”. La Adrada, era el pueblo, y no, no quedaba
precisamente cerca de Ávila, de hecho no había que ir por aquella carretera ni
mucho menos. Confieso que me puse nervioso, aún estaba poco baqueteado en
Belisana y no terminaba de entender el cachondeo padre que se montó cuando
desvelé que no íbamos ni medio bien. En fin, decidimos seguir adelante,
atravesar la provincia por la peor parte, no quedaba otra, ya no íbamos a
llegar a la hora. Al pasar por Ávila Juanjo sugirió hacer una paradita para
tomar algo, pensé que iba de coña, pero al resto no le pareció del todo mal.
Comenzó a nevar, no tomé en cuenta lo de la parada en absoluto y mejor así,
cruzamos la paramera tras una máquina quitanieve sin que decayera el ánimo un
momento, a mí también me daba ya igual. Arribamos al local a las 11h 15m de la
noche. El concierto estuvo bien, nos hicimos con los que quedaban por allí,
comimos unos bocatas y nos bebimos unas pintas. A la vuelta, hacia las tres de
la madrugada, nos paró la guardia civil en un pueblecito justo al lado. Me
hicieron soplar y lo vi perdido, la verdad, pero, milagrosamente, el buen
hombre nos mandó seguir cuando me disponía a suplicar. Javi siempre sostuvo que
me habían perdonado, que él había llegado a ver alguna luz roja en el aparato,
o por lo menos naranja, pero a esas alturas era fácil ver luces de colores en
cualquier parte.
Otra más,
de muestra, y sé que esto muchos no lo van a creer, pero me da igual. Esta vez
debíamos tocar en Alcorcón, en una taberna irlandesa, sólo recuerdo que era
sábado y que ya estábamos todos metidos en el Demio con el equipo y los
instrumentos para salir ¿hacia dónde? Javi no recordaba el nombre del local,
tampoco la dirección y no tenía el teléfono del encargado. Bloqueo total,
risas; sí recordaba que la dichosa taberna se encontraba en un centro
comercial, “no debe de haber tantos en Alcorcón”. Había siete, cachondeo
general sin salir del coche. En fin, no nos decidíamos a arrancar cuando sonó
el teléfono de Juanjo, que de repente pidió silencio, era su prima, estaba por
casualidad tomando algo en una taberna irlandesa de Alcorcón y nos había visto
anunciados allí para aquella misma noche… Así pudimos llegar.
THE CHICAGO JIG
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