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martes, 3 de diciembre de 2013

7. BELISANA: ALGUNA CHAPUZA


Debido, en parte, a la flexibilidad que regía el discurrir de la banda y también, por qué no, al azaroso curso de los acontecimientos, nos encontramos, en más de una ocasión, a falta de algún instrumento o con algunos repetidos. El problema parecía mayor en el primer caso; durante algún tiempo se sucedían los violinistas, o, directamente, no había ninguno (lo cual, no siempre era malo, o no lo peor, pues, como es bien sabido, los violinistas tienen sus cosas), pero, con todo, los casos más lamentables sin lugar a dudas se produjeron con la falta de guitarrista (esto, afortunadamente, no ocurría con frecuencia). Recuerdo claramente una noche que, por indisposición de Mario, nos encontramos en esa situación, el concierto era en la Fontana, y Juanjo, conocida la falta, había realizado algunas gestiones para cubrirla. Una vez allí, nos comentó que no había por qué preocuparse pues, un amigo suyo, se prestaba a acompañarnos “sin ningún problema”. Visto así, y aunque el inmarcesible optimismo de Juanjo pudiera plantear alguna duda, aceptamos que la cosa podría funcionar, o lo que fuera. En fin, cuando ya comenzábamos a desesperar de que se presentara nadie, llegó el amigo, y era conocido, es decir, alguna vez habíamos coincidido, pues formaba parte del voluble séquito de Juanjo (variable por demás en número y calidad, según los tiempos). El muchacho vestía una gabardina negra hasta los pies, enormes gafas de piloto primera guerra mundial, a lo barón rojo, y lucía un par de pequeños cuernos de resina sabiamente pegados uno a cada lado de la frente. Hasta ahí, bien. Traía una guitarra negra española, inconectable, que rasgueaba, obviamente, sin púa, con un estilo más bien rociero. No conocía ni de lejos los temas que íbamos a tocar ni, por supuesto, los acordes que los acompañaban (y hubiera dado igual, pues con esa manera de tocar, como mucho hubiera podido acompañar alguna rumba). Así y todo subimos al escenario, con él, era desde luego un tipo simpático y nos reímos un rato pero, por momentos, aunque Juanjo elevaba la intensidad de la percusión, creo que llegué a sentir algo de vergüenza, especialmente cuando golpeaba la dichosa guitarra al estilo Peret. Las cuerdas, si llegaron a sonar, yo no las escuché. El encargado del local no apreció nada raro.

Otras veces era el clima el que se nos ponía en contra. Una tarde de otoño, viajábamos hacia un pueblecito de la sierra para una actuación al aire libre, al llegar a la pequeña plaza diluviaba. Aquello estaba desierto, pero, al bajar del coche, se nos acercó muy amablemente la concejala de cultura (organizadora del evento), recuerdo que no tenía dientes, la mujer (vamos a pensar que de forma transitoria). En fin, parecía que aquello tenía visos de suspensión, y así habría sucedido en cualquier otro caso, pero nadie quería dejarlo correr, así que se nos ofreció la posibilidad de tocar a cubierto, en un local amplio para la tercera edad. Como habían contratado focos y sonido para el exterior, no quisieron desaprovecharlo (con buen criterio), hicieron desmontar el instalache y trasladarlo todo al dichoso local. Los focos incluidos. Estaba claro que los focos no podían montarse sobre la torre con puente de acero del exterior (pues la altura del local no lo permitía), pero no se arredraron por tan poco, los montaron en el suelo detrás de nosotros, enfocando de abajo a arriba, lo que nos quemó el culo y la espalda durante dos horas. El equipo tenía una potencia inusitada para interior, así que sonamos con bastante cuerpo. Para alegrar la fiesta, durante el montaje, los técnicos se pelearon por un quítame allá esos cables, tratándose con palabras muy gruesas. Por lo demás fue un éxito sin precedentes. Los jubilatas, que estaban a punto de marcharse tras la partida vespertina cuando les invadimos el local, se quedaron a ver en qué terminaba aquello. Vaya si se quedaron.
ESCUCHA:THE MAID BEHAIND THE BAR
https://drive.google.com/file/d/0B5qdP7DBHOT0NUZsNmM3WlZlbHM/edit?usp=sharing