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lunes, 21 de abril de 2014

9. BELISANA: EN LA FONTANA


No puedo dejar de dedicar un apartado especial a nuestras noches en La Fontana de oro (y será poco, muy poco, para resumirlo) aunque ya he salpicado de referencias al dichoso local varios de los capítulos anteriores (y esto me ahorra abundar en su descripción), incluso dibujado alguno de los conciertos que perpetramos allí. Pero hay algo aún dentro de mi cabeza (seguro que a todos nos pasa lo mismo), un poso de recuerdos como el que deja un sueño durante una época repetido, con sus oníricas variaciones, uno de estos sueños que rayan lo patológico, que te asalta en sucesivas noches, a ratos febril, atribulado y al mismo tiempo placentero, como el efecto conjunto de la adrenalina y la dopamina. Un sueño delirante, de los que te hacen gritar o reír a carcajadas en mitad de la noche y que, merced a la misericordia del tiempo, recuerdo ahora con cariño. La cosa comenzaba con el transporte del equipo hasta la propia puerta del sitio, y esto, claro está, no era tarea fácil, cualquiera que conozca la zona puede hacerse una idea, me refiero a esa maraña intransitable de calles en las inmediaciones de Sol que, para más INRI, se veían atestadas de gente el sábado en la tarde-noche. Recuerdo a Juanjo parando el tráfico rodado y peatonal a la entrada de la calle Victoria para poder descargar los trastos a la carrera y salir pitando para aparcar. Aún no me explico dónde conseguíamos aparcar (no lo recuerdo) pero el caso es que así era.

Dentro venían los saludos, alguna broma, el olor Fontana: polvo, sudor y birra, y una fría brisa de local aún deshabitado (si no había futbol en la pantalla grande). Parte, seguramente, de la sensación preñada de irrealidad que nos invadía al entrar pudiera proceder de la inhabilitación parcial a la que se veían expuestos nuestros sentidos, mermada nuestra vista por la sempiterna penumbra, nuestros oídos por el volumen de la música de ambiente y nuestro olfato invadido por el consabido cóctel de partículas volátiles procedentes de todos los humores evaporados allí dentro por los siglos de los siglos (no olvidemos que el local ya existía en el s. XIX). El resto de los sentidos podían también sufrir su intoxicación en el curso de la noche. Ah, y estaba también ese extraño sentimiento de indecisión, de no saber qué hacer ni a quién dirigirse a pesar de haber repetido la misma operación docenas de veces. La prueba de sonido siempre trabajosa con la muda oposición de Bono (el afamado DJ) y sus remilgos de solterón británico, o con la sonora barrera del partido de marras a toda máquina en la superpantalla. Algo probábamos, a salto de mata. Siempre como fugitivos en aquel espacio que se nos antojaba prestado de mala gana, y como apátridas terminábamos en el piso de abajo, siniestro sótano deshabitado, intentando, de nuevo, la tarea más inútil de todas las que en su momento pudo abordar Belisana: la confección de la lista de temas para el concierto. Todo esto si no había que instruir a algún violinista nuevo o cualquier otro miembro improvisado por las circunstancias. Esas maniobras, sin excepción, tenían lugar en la parte de abajo. En el Averno. Que no era ni mucho menos tan acogedor como la parte inferior de la Elisa, donde nos encontrábamos como en casa, donde Juanjo, incluso, tenía acceso a la bodega adjunta y allí además guardaba algunos útiles y pantalones,  para cambiarse (si se daba el caso).

Tras esa primera toma de contacto y, a la espera del comienzo del concierto, solíamos salir un rato a aplacar el hambre. En la calle, especialmente durante el invierno, el aire frío nos desperezaba de repente para recordarnos que seguíamos en el mundo. No íbamos lejos, sólo unos pasos más allá, al museo del jamón, que ocupaba la esquina de entrada a la calle. Un bocata,  un poco de charla y de vuelta. Un rato agradable y relajado.

Aquello se iba llenando de gente mayormente bullanguera, abríamos con Chicago o algo así y la presentación de Juanjo (por excelencia), bien apretaditos tras la verja del escenario y Mario en las escaleras de acceso. Tocar con Belisana es como, para un ciclista, viajar en medio del pelotón, sin esfuerzo aparente, en volandas, te trasladas a gran velocidad y, de la misma forma, tampoco decides el rumbo ni el lugar de llegada, sólo escuchas espaciadamente algunos gritos salvajes y luego un par de golpes de parche, o tres, más fuertes de la cuenta y ya; a otro tema. Al descanso, por lo general, no cabía allí un alfiler de punta, irrumpía U2 de la mano de Bono y, algo mareados, avanzábamos trabajosamente hacia la barra para quemar las primeras tarjetas (y a veces las últimas) que nos conferían el derecho inalienable a la consumición gratuita. Era euforia sí, lo que se palpaba en aquellos descansos, y algo de relajación de los miembros mientras nos fumábamos un cigarrito con la pinta (aún se podía fumar en locales públicos de ocio!), siempre entre risas, quizá comentando una mala entrada o salida de tema (terminar resultaba a veces problemático) o, sencillamente, conversando con los acompañantes de turno, o con David… En ocasiones se nos iba el santo al cielo y tardábamos en comenzar la segunda parte del concierto (al principio de los tiempos, esperando a Tancredo, que, durante el intermedio, se hacía un bolo de veinte minutos en solitario en otro local cercano, “el Torero”, con su violín eléctrico. Qué cosas) .

A veces, allí abajo, la gente se volvía loca, y bailaban por encima de las mesas, y gritaban (no todo era por la música), se palpaba el ambiente, entonces Bono se animaba y soltaba un chorro de humo que nos sepultaba momentáneamente en una nube olor vainilla que nos cortaba la respiración… Mario interrumpía con unos acordes rítmicos, Juanjo respondía con santa furia en la darbouka, todos acabábamos dando golpes a cualquier cosa y la gente bramaba con el experimento… Así las cosas, Javi se animaba a cantar en su particular gaélico, todos cantábamos, y eso. Cuando queríamos darnos cuenta estábamos con el bis de Chicago (para terminar como habíamos empezado) y listo.

Y justo ahí algunas noches comenzaba el espectáculo. Me refiero, por ejemplo, a los famosos concursos aquellos en que algunos/as inconscientes se jugaban la vida por un paraguas o por una camiseta. Vamos a ponernos en situación: tres damiselas ya algo privadas de conocimiento, aceptan el reto de competir por ver cuál de ellas es capaz de terminar antes con un espumoso litro de cerveza (con pajita). Dos de las concursantes son familia, madre e hija, alemanas (por más señas), la tercera en discordia resultó provenir del extrarradio madrileño. Las tres suben inseguras los escalones del escenario (lo que hace pensar que no es la primera cerveza que se van a tomar). Comienzan sorbiendo con ímpetu, pero la madre exhibe sus galones y, a trancas y barrancas, con varias interrupciones, logra terminar el litro en primera posición (ya se ha ganado el paraguas o la camiseta). La hija, en un último y titánico esfuerzo, logra salvar su amor propio y también termina; la representante nacional abandona con la cara tirando a verde. Se procede a la entrega de premios: La matrona alemana, en pie, sujeta a la verja del escenario, está blanca como el mármol, se tambalea ostensiblemente y, antes de recibir el famoso paraguas, vacía todo lo que lleva en el aparato digestivo sobre la multitud de curiosos que se agolpa bajo el escenario. La multitud ruge. La hija no soporta la impresión y, presa de un ligero temblor, vacía a su vez su tubo gástrico entre la espalda materna y los pies del presentador. La tercera en discordia, que aún no ha logrado levantarse, cae de la silla. El personal aplaude a rabiar ahogando los juramentos del jovial presentador del evento. Y eso que sólo pensábamos relajarnos un rato sentaditos en un lateral saboreando la penúltima pinta.

 

 

martes, 8 de abril de 2014

AUDICIÓN: PRELUDIO LA SIESTA DE UN FAUNO, Claude DEBUSSY


A finales del siglo XIX el sistema tonal (sistema basado en dos tipos de escalas, mayores y menores, de siete sonidos sometidos a una rígida jerarquía interna) parecía agotado tras varios siglos como único soporte del lenguaje musical. Al menos para algunos compositores preocupados por expresarse de una manera realmente nueva. Los distintos intentos para encontrar un lenguaje musical viable que sustituya al todopoderoso sistema tonal ocuparán a todas las vanguardias musicales durante el siglo XX (hoy, a las puertas del siglo XXI, la práctica totalidad de la música que podemos encontrar en cualquier tienda de discos sigue siendo estrictamente tonal). Es en este proceso de descomposición del sistema tonal y de búsqueda de nuevas vías en el que Claude Debussy tiene una importancia capital: profundamente influido por las corrientes vanguardistas de su tiempo, toma de los pintores impresionistas la valoración individual de cada color, la desaparición de las líneas de contorno, la imprecisión con la que, paradógicamente, logran captar una atmósfera determinada, y de la poesía simbolista el uso de una sintaxis esquiva, de imágenes vagas e ideas fugaces (en este sentido, Mallarmé siempre envidió la música por el misterio de su notación y por su poder para evocar significados humanos profundos y no específicos).


            Todo esto lo traduce Debussy en una música que valora el sonido de forma individual (no por estar inmerso en ningún orden o progresión melódica o armónica), especialmente el timbre (color), que no respeta la jerarquía tonal de las escalas (utilizando muchas veces escalas extrañas, pentatónicas o de tonos enteros) con lo que se produce una imprecisión tonal (no sabemos en qué tonalidad se está moviendo) y en la que , como consecuencia, tampoco podemos identificar líneas melódicas en el sentido tradicional. La armonía es consecuentemente innovadora, propiciando agrupaciones de sonidos nada convencionales (él consideraba que muchos acordes se habían vuelto vulgares con tanto uso). El resultado es una concatenación de sonoridades que tienen sentido por sí mismas, sin esperar que se resuelvan de alguna manera, pero que, al mismo tiempo, integran un conjunto coherente compartiendo una misma atmósfera y ligeros motivos recurrentes. Ni que decir tiene que el antiguo concepto de estructura formal, apoyado en la tonalidad, no se encuentra aquí por ninguna parte, pero tampoco es cierto que no haya ninguna forma, la hay en un sentido mucho más sutil.


            No es difícil de imaginar que tanta cosa nueva tuvo que encontrar cierta resistencia en el público e incluso en los profesionales. Pierre Monteux cuenta una historia delirante sobre uno de los primeros ensayos de "El mar" (una de las mejores obras de Debussy) en el que tocó: "El director, Colonne, hundía su cabeza en aquella nueva partitura desconcertante, mientras los músicos, cada vez más nerviosos, empezaron a hablar, a lanzarse avioncitos de papel y, finalmente, los contrabajistas en un extremo del escenario, del gran escenario del Châtelet, que tiene salidas de emergencia por ambos lados, se pusieron a asar chuletas".


            El  Preludio a la siesta de un fauno ("L'Après-midi d'un faune") es, probablemente, la obra más conocida de Debussy. La escribió profundamente impresionado por un poema de Mallarmé (éste, a su vez, se había inspirado en un cuadro de Boucher) y, más tarde, Nijinsky la convertiría en ballet. No se trata de una obra programática en el sentido romántico (Debussy odiaba este tipo de música), sólo intenta trasladar a la música el mundo misterioso del poema o su impresión sobre él. En palabras del propio compositor: "La música de este Preludio constituye una ilustración muy libre de un hermoso poema de Mallarmé. De ningún modo pretende ser una síntesis de este último. Se trata más bien de las escenas sucesivas a través de las cuales pasan los deseos y los sueños del Fauno en el calor de su siesta. Luego, cansado de perseguir el tímido vuelo de las ninfas y de las náyades, sucumbe a un sueño embriagador, en el que por último puede realizar sus sueños de posesión en la naturaleza universal". Mallarmé quedó desde el principio encantado con la música y no es de extrañar, en cada pasaje el timbre está elegido y tratado con mimo, los motivos melódicos acarician como retazos de gasa, evocando una atmósfera tan fantástica como cálida que te envuelve con facilidad:

 

                                   ...a través de una quietud, cuando un suspiro cansado

                                   destroza y ahoga el postrer y débil ensayo

                                   de una mañana, fresca en contra del día encendido,

                                   no hay agua que murmure, salvo el sonido

                                   de las claras notas de mi flauta...
 
ABAJO EL ENLACE AL PRELUDIO A LA SIESTA DE UN FAUNO

 

jueves, 3 de abril de 2014

AUDICIÓN: SINFONÍA Nº 4 EN LA MAYOR OP. 90 "ITALIANA". FÉLIX MENDELSSOHN


Muchos de los compositores del Romanticismo sufrieron condiciones claramente adversas a lo largo de su carrera; acuciados por las deudas, criticados, incomprendidos por sus contemporáneos, llevaron una vida tumultuosa consecuencia de su carácter arrebatado que, en no pocos casos, les deparó un dramático final. Félix Mendelsshon no fue, ni mucho menos, uno de estos desgraciados greñudos. Tuvo una vida corta (1809-1847) pero era rico, guapo, buen mozo y su talento como compositor e intérprete (pianista, organista, violinista) fue ampliamente reconocido. Destacó desde niño y, gracias a sus maestros (sobre todo a Zelter) pudo conocer en profundidad la música de J. S. BACH (que había caído completamente en el olvido en aquella época) y la de otros insignes compositores del XVIII. Eso, afortunadamente para todos nosotros, le llevó más tarde a reponer la música de Bach y Haendel e incluso de autores aún más antiguos como Palestrina o Lassus, logrando que su música fuese justamente apreciada.

            La obra de Mendelsshohn está pues impregnada de las mejores influencias mezcladas con una asombrosa capacidad natural, una sensibilidad extrema y un talento excepcional para la melodía. Muestra la claridad en la estructura de Mozart o Haydn, el contrapunto y la profundidad de Bach y una moderada dosis de innovación romántica, sujetando un poco las riendas de este movimiento que corría el riesgo de quedarse vacío a base de despreciar la tradición. La Sinfonía "Italiana" respeta, en consecuencia, la forma de la sinfonía clásica con sus cuatro movimientos, incluso el tercero es un "minueto" (movimiento que había sido sustituido desde el primer romanticismo por el "scherzo"), fue compuesta durante un viaje a Italia del compositor entre 1830 y 1832, aunque la terminó en Berlín al año siguiente. Sus movimientos son:

 

            I. ALLEGRO VIVACE (10' 26'')

            Presenta con alguna modificación el esquema de los primeros movimientos de las sinfonías clásicas, lo que se llama la forma sonata (consta de tres partes, "exposición", "desarrollo" y "reexposición") en la que se resuelve el contraste armónico entre dos temas melódicos distintos (el primero en la mayor y el segundo en la tonalidad de la dominante, mi mayor) que apareciendo en la exposición volverán a repetirse en la reexposición pero, en este último caso, lo harán los dos en la tonalidad principal (la mayor).

            El primer tema arranca con juvenil impaciencia sin ninguna introducción, es una estupenda melodía llena de vitalidad que interpretan los violines casi escapando del acompañamiento que lleva a cabo el viento. Después de una transición conjunta de cuerda y viento se llega al segundo tema, el viento madera recuerda el tema anterior. Tras las repeticiones, aparece en el desarrollo una melodía tratada en forma de fuga que se repetirá al final, después de la reexposición de los dos primeros temas.

 

            II. ANDANTE CON MOTO (6' 57'')

            También respetando la tradición, el segundo movimiento es lento (solía ser andante o adagio). Tiene éste un carácter procesional, sosegado, en el que cobran protagonismo los oboes, fagotes y violas en un principio. Una segunda melodía es iniciada por los clarinetes y se cierra el movimiento con el recuerdo del tema inicial.

 

            III. CON MOTO MODERATO (6' 42'')

            Como ya hemos apuntado, este movimiento es un minueto, es decir, una danza lenta, con ritmo ternario, muy popular durante el Barroco que se incorporó durante el periodo siguiente (Clasicismo) a las sinfonías como tercer movimiento. Suele constar de tres partes, la última es una repetición de la primera, y la parte central se llama trío (porque antiguamente era interpretada por tres instrumentos). En esta sinfonía "Italiana" también pueden apreciarse las tres partes citadas, destacando en el trío el papel de trompas y fagotes y, teniendo en cuenta que la tercera parte no es repetición exacta de la primera. En general, el ritmo no es mecánico ni marcado como en un minueto clásico, pero se reconoce bastante bien. La melodía es profunda y elegante.

 

            IV. SALTARELLO (PRESTO) (5' 36'')

            Mendelssohn utiliza aquí una danza típicamente italiana (muy popular ya en el Renacimiento donde se interpretaba tras otra danza más lenta, el passamezzo) que justifica el sobrenombre de la sinfonía, si estamos atentos al ritmo no nos será difícil deducir por qué se llama saltarello. Consta de una primera melodía a cargo de las flautas, una segunda interpretada por los violines y puede reconocerse una tercera parecida a una tarantela.

 


            En definitiva, la sinfonía Italiana logra conciliar el Clasicismo (representado en la estructura y ciertas armonías) y el Romanticismo (patente en las estupendas melodías y la brillante orquestación).
 
 

miércoles, 2 de abril de 2014

EL ORO DEL RIN, por R. WAGNER

Bueno, me he permitido hacer un pequeño montaje con las excepcionales ilustraciones de Arthur Rocham (allá por 1910, y se nota el modernismo) y la música de Wagner para dar una idea del prólogo de la magnífica tetralogía (el anillo de los nibelungos): El oro del Rin. A disfrutar...

EL ORO DEL RIN