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martes, 8 de abril de 2014

AUDICIÓN: PRELUDIO LA SIESTA DE UN FAUNO, Claude DEBUSSY


A finales del siglo XIX el sistema tonal (sistema basado en dos tipos de escalas, mayores y menores, de siete sonidos sometidos a una rígida jerarquía interna) parecía agotado tras varios siglos como único soporte del lenguaje musical. Al menos para algunos compositores preocupados por expresarse de una manera realmente nueva. Los distintos intentos para encontrar un lenguaje musical viable que sustituya al todopoderoso sistema tonal ocuparán a todas las vanguardias musicales durante el siglo XX (hoy, a las puertas del siglo XXI, la práctica totalidad de la música que podemos encontrar en cualquier tienda de discos sigue siendo estrictamente tonal). Es en este proceso de descomposición del sistema tonal y de búsqueda de nuevas vías en el que Claude Debussy tiene una importancia capital: profundamente influido por las corrientes vanguardistas de su tiempo, toma de los pintores impresionistas la valoración individual de cada color, la desaparición de las líneas de contorno, la imprecisión con la que, paradógicamente, logran captar una atmósfera determinada, y de la poesía simbolista el uso de una sintaxis esquiva, de imágenes vagas e ideas fugaces (en este sentido, Mallarmé siempre envidió la música por el misterio de su notación y por su poder para evocar significados humanos profundos y no específicos).


            Todo esto lo traduce Debussy en una música que valora el sonido de forma individual (no por estar inmerso en ningún orden o progresión melódica o armónica), especialmente el timbre (color), que no respeta la jerarquía tonal de las escalas (utilizando muchas veces escalas extrañas, pentatónicas o de tonos enteros) con lo que se produce una imprecisión tonal (no sabemos en qué tonalidad se está moviendo) y en la que , como consecuencia, tampoco podemos identificar líneas melódicas en el sentido tradicional. La armonía es consecuentemente innovadora, propiciando agrupaciones de sonidos nada convencionales (él consideraba que muchos acordes se habían vuelto vulgares con tanto uso). El resultado es una concatenación de sonoridades que tienen sentido por sí mismas, sin esperar que se resuelvan de alguna manera, pero que, al mismo tiempo, integran un conjunto coherente compartiendo una misma atmósfera y ligeros motivos recurrentes. Ni que decir tiene que el antiguo concepto de estructura formal, apoyado en la tonalidad, no se encuentra aquí por ninguna parte, pero tampoco es cierto que no haya ninguna forma, la hay en un sentido mucho más sutil.


            No es difícil de imaginar que tanta cosa nueva tuvo que encontrar cierta resistencia en el público e incluso en los profesionales. Pierre Monteux cuenta una historia delirante sobre uno de los primeros ensayos de "El mar" (una de las mejores obras de Debussy) en el que tocó: "El director, Colonne, hundía su cabeza en aquella nueva partitura desconcertante, mientras los músicos, cada vez más nerviosos, empezaron a hablar, a lanzarse avioncitos de papel y, finalmente, los contrabajistas en un extremo del escenario, del gran escenario del Châtelet, que tiene salidas de emergencia por ambos lados, se pusieron a asar chuletas".


            El  Preludio a la siesta de un fauno ("L'Après-midi d'un faune") es, probablemente, la obra más conocida de Debussy. La escribió profundamente impresionado por un poema de Mallarmé (éste, a su vez, se había inspirado en un cuadro de Boucher) y, más tarde, Nijinsky la convertiría en ballet. No se trata de una obra programática en el sentido romántico (Debussy odiaba este tipo de música), sólo intenta trasladar a la música el mundo misterioso del poema o su impresión sobre él. En palabras del propio compositor: "La música de este Preludio constituye una ilustración muy libre de un hermoso poema de Mallarmé. De ningún modo pretende ser una síntesis de este último. Se trata más bien de las escenas sucesivas a través de las cuales pasan los deseos y los sueños del Fauno en el calor de su siesta. Luego, cansado de perseguir el tímido vuelo de las ninfas y de las náyades, sucumbe a un sueño embriagador, en el que por último puede realizar sus sueños de posesión en la naturaleza universal". Mallarmé quedó desde el principio encantado con la música y no es de extrañar, en cada pasaje el timbre está elegido y tratado con mimo, los motivos melódicos acarician como retazos de gasa, evocando una atmósfera tan fantástica como cálida que te envuelve con facilidad:

 

                                   ...a través de una quietud, cuando un suspiro cansado

                                   destroza y ahoga el postrer y débil ensayo

                                   de una mañana, fresca en contra del día encendido,

                                   no hay agua que murmure, salvo el sonido

                                   de las claras notas de mi flauta...
 
ABAJO EL ENLACE AL PRELUDIO A LA SIESTA DE UN FAUNO

 

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