A
finales del siglo XIX el sistema tonal (sistema basado en dos tipos de escalas,
mayores y menores, de siete sonidos sometidos a una rígida jerarquía interna)
parecía agotado tras varios siglos como único soporte del lenguaje musical. Al
menos para algunos compositores preocupados por expresarse de una manera
realmente nueva. Los distintos intentos para encontrar un lenguaje musical
viable que sustituya al todopoderoso sistema tonal ocuparán a todas las
vanguardias musicales durante el siglo XX (hoy, a las puertas del siglo XXI, la
práctica totalidad de la música que podemos encontrar en cualquier tienda de
discos sigue siendo estrictamente tonal). Es en este proceso de descomposición
del sistema tonal y de búsqueda de nuevas vías en el que Claude Debussy tiene
una importancia capital: profundamente influido por las corrientes
vanguardistas de su tiempo, toma de los pintores impresionistas la valoración
individual de cada color, la desaparición de las líneas de contorno, la
imprecisión con la que, paradógicamente, logran captar una atmósfera
determinada, y de la poesía simbolista el uso de una sintaxis esquiva, de
imágenes vagas e ideas fugaces (en este sentido, Mallarmé siempre envidió la
música por el misterio de su notación y por su poder para evocar significados
humanos profundos y no específicos).
Todo esto lo traduce Debussy en una
música que valora el sonido de forma individual (no por estar inmerso en ningún
orden o progresión melódica o armónica), especialmente el timbre (color), que
no respeta la jerarquía tonal de las escalas (utilizando muchas veces escalas
extrañas, pentatónicas o de tonos enteros) con lo que se produce una
imprecisión tonal (no sabemos en qué tonalidad se está moviendo) y en la que ,
como consecuencia, tampoco podemos identificar líneas melódicas en el sentido
tradicional. La armonía es consecuentemente innovadora, propiciando
agrupaciones de sonidos nada convencionales (él consideraba que muchos acordes
se habían vuelto vulgares con tanto uso). El resultado es una concatenación de
sonoridades que tienen sentido por sí mismas, sin esperar que se resuelvan de
alguna manera, pero que, al mismo tiempo, integran un conjunto coherente
compartiendo una misma atmósfera y ligeros motivos recurrentes. Ni que decir
tiene que el antiguo concepto de estructura formal, apoyado en la tonalidad, no
se encuentra aquí por ninguna parte, pero tampoco es cierto que no haya ninguna
forma, la hay en un sentido mucho más sutil.
No es difícil de imaginar que tanta
cosa nueva tuvo que encontrar cierta resistencia en el público e incluso en los
profesionales. Pierre Monteux cuenta una historia delirante sobre uno de los
primeros ensayos de "El mar" (una de las mejores obras de Debussy) en
el que tocó: "El director, Colonne, hundía su cabeza en aquella nueva
partitura desconcertante, mientras los músicos, cada vez más nerviosos,
empezaron a hablar, a lanzarse avioncitos de papel y, finalmente, los
contrabajistas en un extremo del escenario, del gran escenario del Châtelet,
que tiene salidas de emergencia por ambos lados, se pusieron a asar
chuletas".
El
Preludio a la siesta de un fauno ("L'Après-midi d'un
faune") es, probablemente, la obra más conocida de Debussy. La escribió
profundamente impresionado por un poema de Mallarmé (éste, a su vez, se había
inspirado en un cuadro de Boucher) y, más tarde, Nijinsky la convertiría en
ballet. No se trata de una obra programática en el sentido romántico (Debussy
odiaba este tipo de música), sólo intenta trasladar a la música el mundo
misterioso del poema o su impresión sobre él. En palabras del propio
compositor: "La música de este Preludio constituye una ilustración muy
libre de un hermoso poema de Mallarmé. De ningún modo pretende ser una síntesis
de este último. Se trata más bien de las escenas sucesivas a través de las
cuales pasan los deseos y los sueños del Fauno en el calor de su siesta. Luego,
cansado de perseguir el tímido vuelo de las ninfas y de las náyades, sucumbe a
un sueño embriagador, en el que por último puede realizar sus sueños de
posesión en la naturaleza universal". Mallarmé quedó desde el principio
encantado con la música y no es de extrañar, en cada pasaje el timbre está
elegido y tratado con mimo, los motivos melódicos acarician como retazos de
gasa, evocando una atmósfera tan fantástica como cálida que te envuelve con
facilidad:
...a través
de una quietud, cuando un suspiro cansado
destroza y
ahoga el postrer y débil ensayo
de una
mañana, fresca en contra del día encendido,
no hay agua
que murmure, salvo el sonido
de las claras
notas de mi flauta...
ABAJO EL ENLACE AL PRELUDIO A LA SIESTA DE UN FAUNO
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