Debido, en
parte, a la flexibilidad que regía el discurrir de la banda y también, por qué
no, al azaroso curso de los acontecimientos, nos encontramos, en más de una
ocasión, a falta de algún instrumento o con algunos repetidos. El problema parecía
mayor en el primer caso; durante algún tiempo se sucedían los violinistas, o,
directamente, no había ninguno (lo cual, no siempre era malo, o no lo peor,
pues, como es bien sabido, los violinistas tienen sus cosas), pero, con todo,
los casos más lamentables sin lugar a dudas se produjeron con la falta de
guitarrista (esto, afortunadamente, no ocurría con frecuencia). Recuerdo
claramente una noche que, por indisposición de Mario, nos encontramos en esa
situación, el concierto era en la Fontana, y Juanjo, conocida la falta, había
realizado algunas gestiones para cubrirla. Una vez allí, nos comentó que no
había por qué preocuparse pues, un amigo suyo, se prestaba a acompañarnos “sin
ningún problema”. Visto así, y aunque el inmarcesible optimismo de Juanjo
pudiera plantear alguna duda, aceptamos que la cosa podría funcionar, o lo que
fuera. En fin, cuando ya comenzábamos a desesperar de que se presentara nadie,
llegó el amigo, y era conocido, es decir, alguna vez habíamos coincidido, pues
formaba parte del voluble séquito de Juanjo (variable por demás en número y
calidad, según los tiempos). El muchacho vestía una gabardina negra hasta los
pies, enormes gafas de piloto primera guerra mundial, a lo barón rojo, y lucía
un par de pequeños cuernos de resina sabiamente pegados uno a cada lado de la
frente. Hasta ahí, bien. Traía una guitarra negra española, inconectable, que
rasgueaba, obviamente, sin púa, con un estilo más bien rociero. No conocía ni
de lejos los temas que íbamos a tocar ni, por supuesto, los acordes que los
acompañaban (y hubiera dado igual, pues con esa manera de tocar, como mucho
hubiera podido acompañar alguna rumba). Así y todo subimos al escenario, con
él, era desde luego un tipo simpático y nos reímos un rato pero, por momentos, aunque
Juanjo elevaba la intensidad de la percusión, creo que llegué a sentir algo de
vergüenza, especialmente cuando golpeaba la dichosa guitarra al estilo Peret.
Las cuerdas, si llegaron a sonar, yo no las escuché. El encargado del local no
apreció nada raro.
Otras veces
era el clima el que se nos ponía en contra. Una tarde de otoño, viajábamos
hacia un pueblecito de la sierra para una actuación al aire libre, al llegar a
la pequeña plaza diluviaba. Aquello estaba desierto, pero, al bajar del coche,
se nos acercó muy amablemente la concejala de cultura (organizadora del evento),
recuerdo que no tenía dientes, la mujer (vamos a pensar que de forma
transitoria). En fin, parecía que aquello tenía visos de suspensión, y así
habría sucedido en cualquier otro caso, pero nadie quería dejarlo
correr, así que se nos ofreció la posibilidad de tocar a cubierto, en un local
amplio para la tercera edad. Como habían contratado focos y sonido para el
exterior, no quisieron desaprovecharlo (con buen criterio), hicieron desmontar
el instalache y trasladarlo todo al dichoso local. Los focos incluidos. Estaba
claro que los focos no podían montarse sobre la torre con puente de acero del
exterior (pues la altura del local no lo permitía), pero no se arredraron por
tan poco, los montaron en el suelo detrás de nosotros, enfocando de abajo a arriba,
lo que nos quemó el culo y la espalda durante dos horas. El equipo tenía una
potencia inusitada para interior, así que sonamos con bastante cuerpo. Para
alegrar la fiesta, durante el montaje, los técnicos se pelearon por un quítame allá
esos cables, tratándose con palabras muy gruesas. Por lo demás fue un éxito sin
precedentes. Los jubilatas, que estaban a punto de marcharse tras la partida
vespertina cuando les invadimos el local, se quedaron a ver en qué terminaba
aquello. Vaya si se quedaron.
ESCUCHA:THE MAID BEHAIND THE BAR
https://drive.google.com/file/d/0B5qdP7DBHOT0NUZsNmM3WlZlbHM/edit?usp=sharing
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