licencia creative commons

lunes, 21 de abril de 2014

9. BELISANA: EN LA FONTANA


No puedo dejar de dedicar un apartado especial a nuestras noches en La Fontana de oro (y será poco, muy poco, para resumirlo) aunque ya he salpicado de referencias al dichoso local varios de los capítulos anteriores (y esto me ahorra abundar en su descripción), incluso dibujado alguno de los conciertos que perpetramos allí. Pero hay algo aún dentro de mi cabeza (seguro que a todos nos pasa lo mismo), un poso de recuerdos como el que deja un sueño durante una época repetido, con sus oníricas variaciones, uno de estos sueños que rayan lo patológico, que te asalta en sucesivas noches, a ratos febril, atribulado y al mismo tiempo placentero, como el efecto conjunto de la adrenalina y la dopamina. Un sueño delirante, de los que te hacen gritar o reír a carcajadas en mitad de la noche y que, merced a la misericordia del tiempo, recuerdo ahora con cariño. La cosa comenzaba con el transporte del equipo hasta la propia puerta del sitio, y esto, claro está, no era tarea fácil, cualquiera que conozca la zona puede hacerse una idea, me refiero a esa maraña intransitable de calles en las inmediaciones de Sol que, para más INRI, se veían atestadas de gente el sábado en la tarde-noche. Recuerdo a Juanjo parando el tráfico rodado y peatonal a la entrada de la calle Victoria para poder descargar los trastos a la carrera y salir pitando para aparcar. Aún no me explico dónde conseguíamos aparcar (no lo recuerdo) pero el caso es que así era.

Dentro venían los saludos, alguna broma, el olor Fontana: polvo, sudor y birra, y una fría brisa de local aún deshabitado (si no había futbol en la pantalla grande). Parte, seguramente, de la sensación preñada de irrealidad que nos invadía al entrar pudiera proceder de la inhabilitación parcial a la que se veían expuestos nuestros sentidos, mermada nuestra vista por la sempiterna penumbra, nuestros oídos por el volumen de la música de ambiente y nuestro olfato invadido por el consabido cóctel de partículas volátiles procedentes de todos los humores evaporados allí dentro por los siglos de los siglos (no olvidemos que el local ya existía en el s. XIX). El resto de los sentidos podían también sufrir su intoxicación en el curso de la noche. Ah, y estaba también ese extraño sentimiento de indecisión, de no saber qué hacer ni a quién dirigirse a pesar de haber repetido la misma operación docenas de veces. La prueba de sonido siempre trabajosa con la muda oposición de Bono (el afamado DJ) y sus remilgos de solterón británico, o con la sonora barrera del partido de marras a toda máquina en la superpantalla. Algo probábamos, a salto de mata. Siempre como fugitivos en aquel espacio que se nos antojaba prestado de mala gana, y como apátridas terminábamos en el piso de abajo, siniestro sótano deshabitado, intentando, de nuevo, la tarea más inútil de todas las que en su momento pudo abordar Belisana: la confección de la lista de temas para el concierto. Todo esto si no había que instruir a algún violinista nuevo o cualquier otro miembro improvisado por las circunstancias. Esas maniobras, sin excepción, tenían lugar en la parte de abajo. En el Averno. Que no era ni mucho menos tan acogedor como la parte inferior de la Elisa, donde nos encontrábamos como en casa, donde Juanjo, incluso, tenía acceso a la bodega adjunta y allí además guardaba algunos útiles y pantalones,  para cambiarse (si se daba el caso).

Tras esa primera toma de contacto y, a la espera del comienzo del concierto, solíamos salir un rato a aplacar el hambre. En la calle, especialmente durante el invierno, el aire frío nos desperezaba de repente para recordarnos que seguíamos en el mundo. No íbamos lejos, sólo unos pasos más allá, al museo del jamón, que ocupaba la esquina de entrada a la calle. Un bocata,  un poco de charla y de vuelta. Un rato agradable y relajado.

Aquello se iba llenando de gente mayormente bullanguera, abríamos con Chicago o algo así y la presentación de Juanjo (por excelencia), bien apretaditos tras la verja del escenario y Mario en las escaleras de acceso. Tocar con Belisana es como, para un ciclista, viajar en medio del pelotón, sin esfuerzo aparente, en volandas, te trasladas a gran velocidad y, de la misma forma, tampoco decides el rumbo ni el lugar de llegada, sólo escuchas espaciadamente algunos gritos salvajes y luego un par de golpes de parche, o tres, más fuertes de la cuenta y ya; a otro tema. Al descanso, por lo general, no cabía allí un alfiler de punta, irrumpía U2 de la mano de Bono y, algo mareados, avanzábamos trabajosamente hacia la barra para quemar las primeras tarjetas (y a veces las últimas) que nos conferían el derecho inalienable a la consumición gratuita. Era euforia sí, lo que se palpaba en aquellos descansos, y algo de relajación de los miembros mientras nos fumábamos un cigarrito con la pinta (aún se podía fumar en locales públicos de ocio!), siempre entre risas, quizá comentando una mala entrada o salida de tema (terminar resultaba a veces problemático) o, sencillamente, conversando con los acompañantes de turno, o con David… En ocasiones se nos iba el santo al cielo y tardábamos en comenzar la segunda parte del concierto (al principio de los tiempos, esperando a Tancredo, que, durante el intermedio, se hacía un bolo de veinte minutos en solitario en otro local cercano, “el Torero”, con su violín eléctrico. Qué cosas) .

A veces, allí abajo, la gente se volvía loca, y bailaban por encima de las mesas, y gritaban (no todo era por la música), se palpaba el ambiente, entonces Bono se animaba y soltaba un chorro de humo que nos sepultaba momentáneamente en una nube olor vainilla que nos cortaba la respiración… Mario interrumpía con unos acordes rítmicos, Juanjo respondía con santa furia en la darbouka, todos acabábamos dando golpes a cualquier cosa y la gente bramaba con el experimento… Así las cosas, Javi se animaba a cantar en su particular gaélico, todos cantábamos, y eso. Cuando queríamos darnos cuenta estábamos con el bis de Chicago (para terminar como habíamos empezado) y listo.

Y justo ahí algunas noches comenzaba el espectáculo. Me refiero, por ejemplo, a los famosos concursos aquellos en que algunos/as inconscientes se jugaban la vida por un paraguas o por una camiseta. Vamos a ponernos en situación: tres damiselas ya algo privadas de conocimiento, aceptan el reto de competir por ver cuál de ellas es capaz de terminar antes con un espumoso litro de cerveza (con pajita). Dos de las concursantes son familia, madre e hija, alemanas (por más señas), la tercera en discordia resultó provenir del extrarradio madrileño. Las tres suben inseguras los escalones del escenario (lo que hace pensar que no es la primera cerveza que se van a tomar). Comienzan sorbiendo con ímpetu, pero la madre exhibe sus galones y, a trancas y barrancas, con varias interrupciones, logra terminar el litro en primera posición (ya se ha ganado el paraguas o la camiseta). La hija, en un último y titánico esfuerzo, logra salvar su amor propio y también termina; la representante nacional abandona con la cara tirando a verde. Se procede a la entrega de premios: La matrona alemana, en pie, sujeta a la verja del escenario, está blanca como el mármol, se tambalea ostensiblemente y, antes de recibir el famoso paraguas, vacía todo lo que lleva en el aparato digestivo sobre la multitud de curiosos que se agolpa bajo el escenario. La multitud ruge. La hija no soporta la impresión y, presa de un ligero temblor, vacía a su vez su tubo gástrico entre la espalda materna y los pies del presentador. La tercera en discordia, que aún no ha logrado levantarse, cae de la silla. El personal aplaude a rabiar ahogando los juramentos del jovial presentador del evento. Y eso que sólo pensábamos relajarnos un rato sentaditos en un lateral saboreando la penúltima pinta.

 

 

martes, 8 de abril de 2014

AUDICIÓN: PRELUDIO LA SIESTA DE UN FAUNO, Claude DEBUSSY


A finales del siglo XIX el sistema tonal (sistema basado en dos tipos de escalas, mayores y menores, de siete sonidos sometidos a una rígida jerarquía interna) parecía agotado tras varios siglos como único soporte del lenguaje musical. Al menos para algunos compositores preocupados por expresarse de una manera realmente nueva. Los distintos intentos para encontrar un lenguaje musical viable que sustituya al todopoderoso sistema tonal ocuparán a todas las vanguardias musicales durante el siglo XX (hoy, a las puertas del siglo XXI, la práctica totalidad de la música que podemos encontrar en cualquier tienda de discos sigue siendo estrictamente tonal). Es en este proceso de descomposición del sistema tonal y de búsqueda de nuevas vías en el que Claude Debussy tiene una importancia capital: profundamente influido por las corrientes vanguardistas de su tiempo, toma de los pintores impresionistas la valoración individual de cada color, la desaparición de las líneas de contorno, la imprecisión con la que, paradógicamente, logran captar una atmósfera determinada, y de la poesía simbolista el uso de una sintaxis esquiva, de imágenes vagas e ideas fugaces (en este sentido, Mallarmé siempre envidió la música por el misterio de su notación y por su poder para evocar significados humanos profundos y no específicos).


            Todo esto lo traduce Debussy en una música que valora el sonido de forma individual (no por estar inmerso en ningún orden o progresión melódica o armónica), especialmente el timbre (color), que no respeta la jerarquía tonal de las escalas (utilizando muchas veces escalas extrañas, pentatónicas o de tonos enteros) con lo que se produce una imprecisión tonal (no sabemos en qué tonalidad se está moviendo) y en la que , como consecuencia, tampoco podemos identificar líneas melódicas en el sentido tradicional. La armonía es consecuentemente innovadora, propiciando agrupaciones de sonidos nada convencionales (él consideraba que muchos acordes se habían vuelto vulgares con tanto uso). El resultado es una concatenación de sonoridades que tienen sentido por sí mismas, sin esperar que se resuelvan de alguna manera, pero que, al mismo tiempo, integran un conjunto coherente compartiendo una misma atmósfera y ligeros motivos recurrentes. Ni que decir tiene que el antiguo concepto de estructura formal, apoyado en la tonalidad, no se encuentra aquí por ninguna parte, pero tampoco es cierto que no haya ninguna forma, la hay en un sentido mucho más sutil.


            No es difícil de imaginar que tanta cosa nueva tuvo que encontrar cierta resistencia en el público e incluso en los profesionales. Pierre Monteux cuenta una historia delirante sobre uno de los primeros ensayos de "El mar" (una de las mejores obras de Debussy) en el que tocó: "El director, Colonne, hundía su cabeza en aquella nueva partitura desconcertante, mientras los músicos, cada vez más nerviosos, empezaron a hablar, a lanzarse avioncitos de papel y, finalmente, los contrabajistas en un extremo del escenario, del gran escenario del Châtelet, que tiene salidas de emergencia por ambos lados, se pusieron a asar chuletas".


            El  Preludio a la siesta de un fauno ("L'Après-midi d'un faune") es, probablemente, la obra más conocida de Debussy. La escribió profundamente impresionado por un poema de Mallarmé (éste, a su vez, se había inspirado en un cuadro de Boucher) y, más tarde, Nijinsky la convertiría en ballet. No se trata de una obra programática en el sentido romántico (Debussy odiaba este tipo de música), sólo intenta trasladar a la música el mundo misterioso del poema o su impresión sobre él. En palabras del propio compositor: "La música de este Preludio constituye una ilustración muy libre de un hermoso poema de Mallarmé. De ningún modo pretende ser una síntesis de este último. Se trata más bien de las escenas sucesivas a través de las cuales pasan los deseos y los sueños del Fauno en el calor de su siesta. Luego, cansado de perseguir el tímido vuelo de las ninfas y de las náyades, sucumbe a un sueño embriagador, en el que por último puede realizar sus sueños de posesión en la naturaleza universal". Mallarmé quedó desde el principio encantado con la música y no es de extrañar, en cada pasaje el timbre está elegido y tratado con mimo, los motivos melódicos acarician como retazos de gasa, evocando una atmósfera tan fantástica como cálida que te envuelve con facilidad:

 

                                   ...a través de una quietud, cuando un suspiro cansado

                                   destroza y ahoga el postrer y débil ensayo

                                   de una mañana, fresca en contra del día encendido,

                                   no hay agua que murmure, salvo el sonido

                                   de las claras notas de mi flauta...
 
ABAJO EL ENLACE AL PRELUDIO A LA SIESTA DE UN FAUNO

 

jueves, 3 de abril de 2014

AUDICIÓN: SINFONÍA Nº 4 EN LA MAYOR OP. 90 "ITALIANA". FÉLIX MENDELSSOHN


Muchos de los compositores del Romanticismo sufrieron condiciones claramente adversas a lo largo de su carrera; acuciados por las deudas, criticados, incomprendidos por sus contemporáneos, llevaron una vida tumultuosa consecuencia de su carácter arrebatado que, en no pocos casos, les deparó un dramático final. Félix Mendelsshon no fue, ni mucho menos, uno de estos desgraciados greñudos. Tuvo una vida corta (1809-1847) pero era rico, guapo, buen mozo y su talento como compositor e intérprete (pianista, organista, violinista) fue ampliamente reconocido. Destacó desde niño y, gracias a sus maestros (sobre todo a Zelter) pudo conocer en profundidad la música de J. S. BACH (que había caído completamente en el olvido en aquella época) y la de otros insignes compositores del XVIII. Eso, afortunadamente para todos nosotros, le llevó más tarde a reponer la música de Bach y Haendel e incluso de autores aún más antiguos como Palestrina o Lassus, logrando que su música fuese justamente apreciada.

            La obra de Mendelsshohn está pues impregnada de las mejores influencias mezcladas con una asombrosa capacidad natural, una sensibilidad extrema y un talento excepcional para la melodía. Muestra la claridad en la estructura de Mozart o Haydn, el contrapunto y la profundidad de Bach y una moderada dosis de innovación romántica, sujetando un poco las riendas de este movimiento que corría el riesgo de quedarse vacío a base de despreciar la tradición. La Sinfonía "Italiana" respeta, en consecuencia, la forma de la sinfonía clásica con sus cuatro movimientos, incluso el tercero es un "minueto" (movimiento que había sido sustituido desde el primer romanticismo por el "scherzo"), fue compuesta durante un viaje a Italia del compositor entre 1830 y 1832, aunque la terminó en Berlín al año siguiente. Sus movimientos son:

 

            I. ALLEGRO VIVACE (10' 26'')

            Presenta con alguna modificación el esquema de los primeros movimientos de las sinfonías clásicas, lo que se llama la forma sonata (consta de tres partes, "exposición", "desarrollo" y "reexposición") en la que se resuelve el contraste armónico entre dos temas melódicos distintos (el primero en la mayor y el segundo en la tonalidad de la dominante, mi mayor) que apareciendo en la exposición volverán a repetirse en la reexposición pero, en este último caso, lo harán los dos en la tonalidad principal (la mayor).

            El primer tema arranca con juvenil impaciencia sin ninguna introducción, es una estupenda melodía llena de vitalidad que interpretan los violines casi escapando del acompañamiento que lleva a cabo el viento. Después de una transición conjunta de cuerda y viento se llega al segundo tema, el viento madera recuerda el tema anterior. Tras las repeticiones, aparece en el desarrollo una melodía tratada en forma de fuga que se repetirá al final, después de la reexposición de los dos primeros temas.

 

            II. ANDANTE CON MOTO (6' 57'')

            También respetando la tradición, el segundo movimiento es lento (solía ser andante o adagio). Tiene éste un carácter procesional, sosegado, en el que cobran protagonismo los oboes, fagotes y violas en un principio. Una segunda melodía es iniciada por los clarinetes y se cierra el movimiento con el recuerdo del tema inicial.

 

            III. CON MOTO MODERATO (6' 42'')

            Como ya hemos apuntado, este movimiento es un minueto, es decir, una danza lenta, con ritmo ternario, muy popular durante el Barroco que se incorporó durante el periodo siguiente (Clasicismo) a las sinfonías como tercer movimiento. Suele constar de tres partes, la última es una repetición de la primera, y la parte central se llama trío (porque antiguamente era interpretada por tres instrumentos). En esta sinfonía "Italiana" también pueden apreciarse las tres partes citadas, destacando en el trío el papel de trompas y fagotes y, teniendo en cuenta que la tercera parte no es repetición exacta de la primera. En general, el ritmo no es mecánico ni marcado como en un minueto clásico, pero se reconoce bastante bien. La melodía es profunda y elegante.

 

            IV. SALTARELLO (PRESTO) (5' 36'')

            Mendelssohn utiliza aquí una danza típicamente italiana (muy popular ya en el Renacimiento donde se interpretaba tras otra danza más lenta, el passamezzo) que justifica el sobrenombre de la sinfonía, si estamos atentos al ritmo no nos será difícil deducir por qué se llama saltarello. Consta de una primera melodía a cargo de las flautas, una segunda interpretada por los violines y puede reconocerse una tercera parecida a una tarantela.

 


            En definitiva, la sinfonía Italiana logra conciliar el Clasicismo (representado en la estructura y ciertas armonías) y el Romanticismo (patente en las estupendas melodías y la brillante orquestación).
 
 

miércoles, 2 de abril de 2014

EL ORO DEL RIN, por R. WAGNER

Bueno, me he permitido hacer un pequeño montaje con las excepcionales ilustraciones de Arthur Rocham (allá por 1910, y se nota el modernismo) y la música de Wagner para dar una idea del prólogo de la magnífica tetralogía (el anillo de los nibelungos): El oro del Rin. A disfrutar...

EL ORO DEL RIN
 
 

jueves, 6 de marzo de 2014

AUDICIÓN; "EL GRILLO". JOSQUIN DES PRÈS


            Veréis: la música, de cualquier tiempo, puede ser apreciada sin tener ningún tipo de conocimiento sobre ella ni sobre el momento en que se crea; pero yo soy partidario de escuchar las cosas con conocimiento de causa. Quiero decir, que si sabemos algo sobre el tipo de música y logramos hacernos una idea del momento histórico en que surge, la audición nos resultará, sin duda, mucho más placentera. Esa es la razón por la cual me decido a escribir esta presentación, confiando firmemente en que vosotros la leeréis con el interés que os caracteriza.

 
            Josquin des Près (o Desprez, que, entonces, los pocos que sabían escribir no eran muy quisquillosos con la ortografía) nació hacia 1440 en el norte de Francia y murió en 1521 (en Condé sur L'Escaut) y fue el más grande compositor en aquella época entre los siglos XV y XVI. Trabajó la mayor parte de su vida en Italia, porque entonces se fichaban compositores franco-flamencos para las capillas como ahora se fichan argentinos o brasileños para la liga. Los mejores compositores del momento eran efectivamente procedentes de aquel territorio que ocupaba parte del norte de Francia y los Países Bajos y, casi todos, trabajaban en cortes y capillas extranjeras, sobre todo en Italia, donde un mosaico de pequeños estados (prácticamente ciudades estado) enriquecidos con la banca y el comercio rivalizaban por acaparar los mejores artistas del mundo.

            La música que practicaban estos compositores era, a mediados del siglo XV, de una polifonía muy compleja. Varias líneas melódicas muy adornadas (es decir, con profusión de notas superfluas), melismáticas (con muchas notas para cada sílaba), se entrelazaban de una manera a veces diabólica en clara semejanza con las nervaduras de la arquitectura gótica tardía. Un tipo de música, en fin, reservada únicamente a profesionales de la materia y virgueros de las cuerdas vocales. Pero, al mismo tiempo, se intuye ya en la música una nueva tendencia en consonancia con el resto de las artes y las ideas humanistas que comienzan a proliferar. El Renacimiento exigirá mayor claridad y expresión, y, los compositores, sin abandonar el estilo polifónico, tendrán mucho más en cuenta el texto, su contenido y declamación, intentando que la música camine muy cerca de la letra para ilustrarla e, incluso, explicarla.

            Este es el camino que elige Josquin y en el que tendrá una vital importancia para el desarrollo de la música del Renacimiento.

            Hacia la década de 1470, Josquin se encontraba en Milán, al servicio del cardenal Ascanio Sforza. Para que os hagáis una idea, Lorenzo de Médicis ("el magnífico") acaba de tomar las riendas en Florencia, en el mismo año en que Maquiavelo venía al mundo (1469); aquí, en España, Isabel y Fernando están prácticamente de luna de miel, a lo largo de esta misma década heredarán sus reinos (Castilla para Isabel en el 76 y Aragón para Fernando en el 78) y establecerán la Inquisición; poco antes habían llegado las primeras imprentas a este país, más concretamente al reino de Aragón (1473-74) y Jorge Manrique escribía aquellas coplas por la muerte de su padre (1476).

            Pero, sin duda, los acontecimientos más sonados de este tramo final del siglo XV están todavía por llegar. El año clave será 1492. Aquí, en España, se apelotonan los hechos de gran calibre: En Enero Gonzalo de Córdoba toma Granada (se acaba la reconquista), el 12 de Octubre Cristóbal Colón ya sabéis lo que hace, y Nebrija, intuyendo la apertura de nuevos mercados editoriales, publica su "Gramática Castellana". Entre tanto, a los judíos se les indica el camino de salida, salvo bautismo.

            Volviendo a Italia, ese mismo año mueren Lorenzo de Médicis e Inocencio VIII. El nuevo Papa, elegido el 11 de Agosto de 1492, será un valenciano: Rodrigo Borgia, que tomará el nombre de Alejandro VI y dará bastante que hablar, al igual que sus hijos César y Lucrecia.

            Pero permitidme que os cuente algo sobre la muerte del Papa Inocencio VIII que en paz descanse. Mientras en el puerto de Palos las famosas tres carabelas (que posteriormente prestarían nombre a un afamado tabaco rubio) están a punto de partir, el mundo está pendiente de la agonía de Inocencio VIII. El médico judío que le atiende recomienda alimentar al moribundo con sangre humana y, a tal efecto, tres niños pequeños son sangrados hasta morir (eso sí, previamente se les había hecho entrega de un ducado como gratificación). El remedio no surtió efecto y el Papa murió, pero, para entonces, el judío ya se había largado. Lo importante es constatar la barbarie del caso que, sin embargo, es muy propia de la época, con toda la apertura de pensamiento que sobre el papel supone el Renacimiento y con todos los mandamientos de Dios y de la Iglesia de por medio.

            Como veis, el alto clero está muy lejos de la santidad, y, en general, cuando lo requiere la política, nadie duda en cometer cualquier sacrilegio. Volviendo a la década en que se compone la obra que vamos a escuchar ("El Grillo" 1470-80), en plena catedral de Florencia asesinan a Giuliano de Médicis (Lorenzo se libra de milagro), entre los asesinos están Stefano di Bagnone (cura), Maffei da Volterra (vicario apostólico) y Francesco Salviati (arzobispo). La señal para el ataque no podía ser otra: cuando el cura levantara la hostia. Dos años antes (1476) y en el propio Milán (donde Josquin compone "El Grillo") unos conjurados asesinan a Galeazzo Visconti mientras entraba en la iglesia de Santo Stefano. Para que luego digan que en aquella época lo peligroso era faltar a misa.

            Pero, en fin, vamos más concretamente a lo que nos ocupa, estábamos en la ya famosa década de 1470-80, en la que Josquin des Près trabaja en Milán al servicio del cardenal Ascanio Sforza. Aunque en Italia se movía bastante dinero, parece ser que esto no era por culpa del señor Ascanio. Quiero decir, que el cardenal Sforza era bastante tacaño y se resistía todo lo que podía a la hora de pagar a sus músicos. Josquin no tenía la posibilidad de acudir a los sindicatos (entonces lo más parecido eran los gremios) ni podía hacer nada contra un personaje tan encumbrado, miembro de una de las familias más potentes de Italia, así que decidió mandarle una serie de indirectas vía musical. Me explico: como el buen Cardenal solía responder "ya veremos" a las demandas pecuniarias de sus empleados, Josquin compuso una Misa basada en una melodía popular que empezaba con esas mismas palabras (entonces era muy común basar las composiciones polifónicas en melodías ya conocidas. La melodía base ocupaba una línea dentro del entramado llamada "cantus firmus" sobre la que se apoyaban las demás. La gente conocía perfectamente la canción popular que eligió Josquin y también las respuestas del tacaño Cardenal. Cuando por primera vez sonó la Misa, a más de uno le vendría a la memoria, junto con la melodía, la letra correspondiente "ya veremos", con el consiguiente cachondeo).

            La obra que nos ocupa hoy, "El Grillo", es otra de las indirectas de Josquin hacia su patrón. "El Grillo" es lo que se llama una "frottola", una canción corta de tema profano típicamente italiana. En ella, Josquin, que ocupaba plaza de cantor, viene a recomendar al cardenal Ascanio Sforza otro tipo de cantor, bastante bueno, pero que sale mucho más barato: el grillo. En consonancia con la letra, la música intenta imitar el canto del popular insecto.

ABAJO EL ENLACE
http://www.youtube.com/watch?v=62-aBOZrqh8

domingo, 9 de febrero de 2014

AUDICIÓN: VARIACIONES GOLDBERG. J.S. BACH


            Según el relato de Johan Nikolaus Forkel, Bach habría escrito este ciclo de variaciones para el conde Hermann Carl von Keyserlingk (por entonces ministro plenipotenciario ruso ante la corte del elector de Sajonia en Dresde). El buen conde, que padecía de insomnio, encargó a Bach algunas piezas para clave de carácter "suave y alegre" para que su clavecinista, Johann Gottlieb Goldberg (discípulo ocasional de Bach), pudiera alegrarle las largas noches en blanco. Parece ser que Goldberg, colocado en una habitación contigua al dormitorio de von Keyserlingk, se aplicaba al teclado durante largas horas para amenizar la velada a su amo.

            Claro está que todo esto necesariamente tiene que ser falso porque serios y recientes estudios así lo atestiguan y porque, como cualquier historiador actual sabe, la ética y la responsabilidad en el trabajo son valores sólo atribuibles a los autores contemporáneos, mientras que los biógrafos de siglos anteriores, carentes en absoluto de estas virtudes, se dedicaban impunemente a mentir, bien sea por adulación, por presión o por deporte. Además, a menudo sólo disponían de testimonios indirectos, como el propio Forkel informado por los dos hijos mayores de Bach, mientras que los musicólogos contemporáneos están en contacto místico directo con el espíritu del propio J.S. BACH y por eso saben a ciencia cierta que el maestro jamás hubiera escrito una nota movido por un motivo tan superficial (conociendo lo que él mismo escribió sobre la finalidad de su arte) y menos aún una obra tan elaborada e intensa como las variaciones Goldberg. Qué más puedo añadir.

            La variación, las variaciones o las diferencias, como se denominaban en la España del siglo XVI, constituyen, más que una forma, una técnica de composición musical que consiste en proponer distintas elaboraciones de un mismo tema inicial y que, oficialmente, aparece en el renacimiento. Sin embargo es ésta una técnica inherente a la práctica musical no escrita que debió perfilarse desde mucho antes y que ha persistido después a lo largo de la historia de la música como una buena prueba de talento y originalidad para los más grandes compositores (me refiero a las largas series de variaciones como éstas de Bach o las variaciones Diabelli de Beethoven, por poner un ejemplo).

            Las Variaciones Goldberg debieron componerse entre 1735 y 1741, aunque el aria inicial (que sirve de base a las variaciones) se encuentra por primera vez en el segundo "Álbum para clave de Ana Magdalena Bach" de 1725 y no se sabe si lo compuso el propio Bach (ese tipo dé álbumes eran regalos en los que se copiaban partituras propias o conocidas para entretenimiento en este caso de su mujer, destinataria del regalo). En total son treinta variaciones ordenadas en grupos de tres; cada grupo se inicia con una variación que recuerda alguna danza (aunque sólo una lleva explícitamente la indicación de giga) y termina con un canon. Las variaciones intermedias de cada grupo son menos claras, aunque hay quien ha querido ver polonesas, en lo que sería un intento por parte del compositor de ganar puntos en la corte polaco-sajona; si fue así anduvo un poco turbio haciendo la pelota pues se han tardado doscientos cincuenta años en intuir que esos movimientos pudieran ser polonesas. Los aires iniciales de danza sí resultan bastante reconocibles por lo cual se ha hablado a veces de suite de variaciones o variaciones de suite, en referencia a la tan usada forma barroca de la "suite de danzas" (conjunto de danzas contrastantes). Las interpretaciones con respecto a esta serie de variaciones son múltiples pero yo me voy a limitar a proponer como guía las indicaciones del propio compositor:

  

Aria                                                                     Variatio 16. Ouverture. a 1 Clav.

Variatio  1. a 1 Clav.                                           Variatio 17. a 2 Clav.

Variatio  2. a 1 Clav.                                           Variatio 18. Canone alla Sexta.

Variatio  3. Canone all'Unisuono, a 1 Clav.        Variatio 19. a 1 Clav.

Variatio  4. a 1 Clav.                                             Variatio 20. a 2 Clav.

Variatio  5. a 1 ô vero 2 Clav.                               Variatio 21. Canone alla Settima.

Variatio  6. Canone alla Seconda. a 1 Clav.         Variatio 22. a 1 Clav. alla breve. 

Variatio  7. a 1 ô vero 2 Clav. -al tempo di Giga.    Variatio 23. a 2 Clav.

Variatio  8. a 2 Clav.                                               Variatio 24. Canone all'Ottava.

Variatio  9. Canone alla Terza. a 1 Clav.               Variatio 25. a 2 Clav. -adagio.

Variatio 10. Fuguetta. a 1 Clav.                              Variatio 26. a 2 Clav.

Variatio 11. a 2 Clav.                                              Variatio 27. Canone alla Nona.

Variatio 12. Canone alla Quarta.                            Variatio 28. a 2 Clav.

Variatio 13. a 2 Clav.                                               Variatio 29. a 1 ô vero 2 Clav.

Variatio 14. a 2 Clav.                                                Variatio 30. Quodlibet. a 1 Clav.

Variatio 15. Canone alla Quinta. a 1 Clav. -andante.   Aria

 

 

            Hay un curioso cuento de E.T.A. Hoffmann, escritor romántico, que habla de estas variaciones y de su valoración a comienzos del XIX. Este es el pasaje:

 

            "Entonces se me acerca el barón, mi antiguo tenor, y me dice: "(Mi querido señor director; interprétenos alguna improvisación maravillosa; por favor, toque una improvisación para nosotros! se lo ruego!". Le respondí secamente que aquel día no estaba yo para improvisaciones; y mientras hablábamos de este asunto, un demonio en forma de petimetre con dos chalecos saca de debajo de mi sombrero las variaciones de Bach, pensando que eran variacioncillas del estilo de Nel cor mi non più sento, Ah vous dirai-je maman*, etc., y quiere oírlas, pretende que las toque. Me niego, y todos se me echan encima. Muy bien, pienso; las van a oír y van a reventar de aburrimiento; y me pongo a la tarea. Para la número 3 se marchan varias damas, seguidas del hombre de testa imperial. Los Röderlein, al ser su profesor el intérprete, aguantaron, como si estuvieran sufriendo un tormento, hasta la número 12. Al llegar a la número 15, el tipo de los dos chalecos emprendió la huida. Por una exagerada cortesía, el barón permaneció hasta la número 30, bebiendo una buena cantidad del ponche que Gottlieb había puesto para mí encima del piano. Habría concluido sin más percances, pero en esa variación número 30, el tema, me arrebató sin que pudiera resistirme. Las hojas en cuarto se convirtieron de pronto en un folio gigante donde aparecían escritas mil imitaciones y ampliaciones del tema que debía tocar. Las notas cobraron vida, titilaban y brincaban a mi alrededor -de las yemas de mis dedos salía fuego eléctrico hacia las teclas- y el espíritu del que brotaban se impuso al pensamiento; toda la sala se llenó de un denso efluvio en el que las velas ardían con luz cada vez más tétrica. De pronto asomaba una nariz, luego un par de ojos; pero enseguida volvían a desaparecer. Así me quedé solo, sentado con mi Johan Sebastian Bach y atendido por Gottlieb, como si fuera un spiritus familiaris".

 

*Variaciones de Beethoven y Mozart, respectivamente.
 
 
PARA ESCUCHAR, DEBAJO EL ENLACE
 

viernes, 24 de enero de 2014

8. BELISANA: AQUELLOS OTROS SITIOS


Debo confesar que, aún de vez en cuando, mis sueños se ven perturbados por el fofo galopar de un voluminoso animal que, bamboleando sus enormes tetas al compás de la carrera, acaricia el césped con sus pezones a pares. Veo acercarse, amenazadora, a la tremenda cerda tailandesa devorando la extensa pradera con sus zancadas hacia nosotros sin que podamos dejar de tocar… Hay imágenes tan reales que parecen sueños. Aquella tarde fuimos a parar a una fiesta privada en un lugar idílico ¿cómo? Sería inútil investigarlo. Por alguna razón, las dueñas de aquel enorme chalet blanco, con su columnata estilo sureño o colonial y su amplia pradera de césped impoluto concluida en una oblonga piscina de fantasía, habían contactado con nosotros para que amenizáramos la fiesta de aniversario, cumpleaños o lo que fuera que hubieran decidido celebrar (que Javi, siempre discreto, nunca osaba interrogar sobre la razón por la que se requerían nuestros servicios.  Eso nunca interesa a los profesionales de verdad). Tardamos en encontrar el sitio, algo apartado entre dos poblaciones del noroeste madrileño, pero, como casi siempre, dimos con él, merced a ese sexto sentido que nos adornaba en las situaciones difíciles y a la protección de algún dios menor que nunca se dio a conocer. Nos recibieron con alegría y amabilidad; esto, junto a la extrema limpieza del lugar y a los elegantes atuendos de las gentes que por allí transitaban, confieso que nos descolocó al principio, nos volvió algo tímidos, recuerdo que hablábamos en susurros, como con miedo a delatarnos, a que descubrieran que no éramos el grupo que en realidad querían contratar. Quizá con miedo a despertar de repente en mitad de la Fontana o de aquel otro tugurio (cuyo nombre afortunadamente no recuerdo) en el que, después de probar sonido, se nos ocurrió salir a tomar el aire y, acabado el receso, los porteros no nos dejaban volver a entrar.

Habían montado un cóctel en toda regla, con sus rotundos conos de langostinos pelados en perfecto orden sobre bandeja de plata, sus camareros engominados impecables en sus ceñidas chaquetillas de un blanco nuclear, menudeando entre los invitados con surtidos de canapés o ilustres bebidas, su improvisada barra bien abastecida de licores de toda índole… Nos adjudicaron un lugar discreto y cómodo, en una especie de porche situado en un lateral, con sitio de sobra y, durante unos minutos, nos dedicamos a observar sin decir palabra, creo que se nos llegó a olvidar que habíamos ido allí a tocar. Juanjo, menos proclive a dejarse impresionar por nada, sacó un bolígrafo de la funda aquella redonda (la del bodhran) que venía a ser como el bolsillo de doraimon y pretendió, como de costumbre, hacer la lista de los temas, el orden en que íbamos a tocar (inútil, por lo demás, pues la mayor parte de las veces no se terminaba de escribir y, en todo caso, cuando empezábamos a tocar, ya nadie la encontraba o, directamente, no se respetaba nada de lo escrito allí, decidíamos sobre la marcha), “¡venga tíos! ¿qué hacemos primero?”, creo que no lo dijimos, pero el resto probablemente pensamos “lo primero, sin duda, los langostinos”.

Llevábamos un par de piezas o tres cuando pudimos observar que una bestia oscura de pelaje ralo y grandes tetas colgantes se acercaba a la carrera desde la piscina hacia los invitados, llevaba una ancha cinta rosa alrededor del cuello que se cerraba en un gran lazo bajo la papada. Era la cerda. La mascota de la familia. Tocamos lo que nos pareció y luego nos invitaron a incorporarnos al tema de los langostinos y demás (que por cierto había sufrido muy poca merma, comían como pajaritos), hicimos lo que pudimos para no ofender a los anfitriones, ponderamos la comida, felicitamos al cocinero, no rechazamos la bebida, nos fuimos acercando a la barra y aceptamos de buen grado todo tipo de conversación con aquellas buenas gentes cuando se dio la oportunidad. Fue una velada redonda.

Como contrapunto puedo hablar ahora de las bodas. Nunca fueron santo de nuestra devoción, pero en aquella época no le hacíamos ascos a nada, y siempre estaba el placer de tocar, aunque en según qué situaciones nos llegaron a amargar incluso eso. Una de éstas fue en verano. El mes de Julio para ser exactos. Del lugar no voy a hablar, no merece la pena. Llegamos allí antes de las ocho de la tarde, contentos como siempre, yo sólo sabía que se trataba de una actuación privada y, hasta un día antes, ni siquiera eso, de hecho estuve a punto de invitar a unos amigos para que vinieran a vernos… El ambiente de bodorrio nos invadió nada más entrar: lío, carcajadas estentóreas, gritos extemporáneos, estética hortera por demás, telas brillantes que al frotarse inundaban aquello de electricidad estática, paños floreados de cortina, tocados atómicos, moños imposibles, corbatas fugitivas, zapatos opresivos, atmósfera saturada de mil colonias y perfumes generosa e inútilmente escanciados sobre la humanidad de cada cual que, sin embargo, merced al bochorno y la falta de verdadera higiene, lograba sobreponerse con sus propios aromas corporales a sobaquillo acre y rancio. Allí los fumadores que habitualmente no fuman, las bebedoras que habitualmente no beben, los bromistas que de ordinario carecen del más mínimo sentido del humor, etc… Cualquiera puede hacerse una idea. Nos asignaron un lugar bajo un emparrado, sin delimitar, en pleno espacio por el que deambulaban los invitados en una especie de cóctel previo a la cena. A ras de suelo y esquivando al personal (que gritaba a voz en cuello y se abría paso hacia las bebidas como si en ello les fuera la vida, tropezando con nuestros bafles, enredándose con los cables) tocamos durante aproximadamente dos horas, tras lo cual, dimos por terminada la actuación (según Javi, eso era lo convenido con el mánager fantasma que nos había contratado por teléfono. Por otra parte ese era nuestro límite, nadie nos hubiera hecho tocar ni un minuto más, ni delante de la reina de Inglaterra). Podría haberse quedado ahí la cosa, pero no, con nosotros siempre había espacio para algo más: se nos acercó un tipo barrigón, entrado en años y alegre (uno de los faldones de su camisa ondeaba ya por fuera del pantalón), probablemente el padre de la novia, o del novio (que tanto da), el jefe del cotarro, y, visiblemente extrañado, nos conminó a que siguiéramos tocando durante la cena, hasta que acabara todo (es decir, hasta que al señor le saliera de la punta de los cojones, para entendernos), lo que escuchamos sin dejar de recoger. El tío (iba a decir un auténtico paleto, pero no, no se vaya a entender en sentido literal, pues la gente de pueblo, entre los que me encuentro, hacemos gala por lo general de un saber estar y una templanza por encima de la media), un auténtico patán, nos amenazó con no darnos “ni un duro”. Phil abría mucho los ojos, luego acabó por indignarse, nunca acostumbrada del todo a los exabruptos patrios a pesar de los años de experiencia ibérica. Expusimos al buen hombre, serenamente, lo pactado y llamó al mánager fantasma cagándose en algunas figuras sagradas e instituciones públicas (cosa que, la verdad, no venía al caso). Javi habló entonces con el mánager fantasma, que primero le rogó en aras de nuestra antigua amistad? (un tipo al que no habíamos visto nunca) le hiciéramos el favor de seguir tocando, y, ante la negativa, pasó a las amenazas ya conocidas de no pagar y, aún peor, de no conseguirnos más conciertos (borrarnos de la lista, dijo). Ahí todos empezamos a temblar de miedo, así que lo hablamos, nos pusimos de acuerdo sobre el conducto por donde podían meterse el dinero el uno y el otro, terminamos de recoger y nos marchamos. Juanjo incluso se despidió amablemente, como en él es costumbre pase lo que pase, sin rencores, “me cago en el día de hoy, no vais a cobrar ni un duro”, fueron las últimas palabras de nuestro ex mecenas. Andando el tiempo, no he podido por menos de preguntarme qué es lo que ciertas personas veían en nosotros para invocar amistad sin siquiera conocernos o esperar que tocáramos toda una noche por trescientos o cuatrocientos cochinos euros a repartir entre cinco. El cabreo nos duró lo justo hasta llegar a la calle y permitir a nuestras narices descansar de esa mezcla empalagosa de colonia a chorros y sudor rancio. Javi, en plan reflexivo, dijo “esto no lo cobramos, tíos”, y, agradeciéndole la conclusión, nos fuimos a tomar algo. Para celebrarlo.